jueves, 11 de marzo de 2010

EL DÍA QUE SE APAGÓ EL SOL. Por Joan Tort.

Todo el mundo recuerda qué andaba haciendo el día que se apagó el sol. Mis amigas me explicaron que se encontraban acabando un examen en la facultad cuando de repente se hizo de noche y en el aula tuvieron que encender las luces. Un profesor de la escuela me contó que estaba tirado en la arena de la playa cuando dejó de notar el calor en la piel, al principio pensó que era una nube pero al abrir los ojos descubrió que el cielo estaba negro y se veían las estrellas. Mi papá me aseguró que volvía del trabajo en coche cuando cayó la oscuridad sobre la carretera, tuvo que activar los faros para continuar conduciendo. Yo por más que lo intento no soy capaz de recordar lo que estaba haciendo ese día, ni siquiera fui consciente de lo que estaba pasando. A mí en realidad no me ha afectado mucho. No puede decirse lo mismo de mi vecina , me expliaron que la pobre se pasó tres días mirando el cielo en la calle hasta que los loqueros vinieron a buscarla. Ahora hace ya un año desde que se nos fundió el sol y si me preguntáis os diré que es una tragedia pero que tampoco es para tanto, pero bueno yo soy ciega desde que nací, así que tampoco me hagáis mucho caso.
Aunque para ser del todo sincera, sí que he notado algún cambio este año. Por ejemplo, en casa hace mucho más frío. Las dos plantas parecen los estantes de un frigorífico. Y mi casa es enorme, casi un palacete , creo que es una casa demasiado grande sólo para dos personas, pero mi papá no me escucha.
―Cariño, ¿Preferirías vivir en una caja de cerillas?― Es lo que me dice cuando le comento que ya no quiero vivir allí.
―No necesitamos dos plantas sólo para nosotros, incluso cuando mamá vivía aquí me parecía demasiado grande― Intento convencerle, pero sin éxito.
Otro problemilla son los cortes de luz que cada vez son más frecuentes, al principio nos quedábamos sin energía sólo por las noches, últimamente apenas tenemos suministro dos días a la semana. Algunos afortunados disponen de generadores de gasolina. Pero nosotros nunca fuimos afortunados.
Cuando todo esto empezó los dos solíamos sentarnos delante del televisor a escuchar las noticias para enterarnos de lo que estaba pasando.
“Por el momento no podemos dar una explicación al suceso, los astrónomos afirman que nuestra estrella debía tener helio suficiente para alumbrarnos durante cinco mil millones de años...”
―Deberíamos linchar a esa panda de inútiles―Decía mi papá.
―No creo que eso solucione nada― Contestaba yo para calmarle.
―Ya lo sé cariño perdóname, es sólo que papá se pone nervioso al escuchar tantas tonterías por la tele― Me decía poniéndome una mano en la pierna.
Yo ya no contestaba nada.
―Suerte que papá aún tiene a su cariñito― Insistía deslizando la mano un poco más abajo.
Entonces era cuando yo intentaba a pensar en la imagen de mamá, la veía sonriéndome cómo cuando aún seguía viva y esa calidez me envolvía cuando mi papá me desnudaba y me echaba contra el sofá helado.
Pero bueno, entre nosotros, los apagones no eran algo que me molestase realmente, de hecho cómo se puede comprender la luz no es algo que nunca me haya preocupado. Conozco las dos plantas de mi enorme casa de memoria: sé donde están las puertas, el numero de peldaños de las tres escaleras que comunican una planta con la otra, incluso puedo enumerar la cantidad de pasos que llevan desde mi cuarto hasta el de mis padres, son dieciocho hasta la puerta. Una puerta que a veces me entretengo en acariciar pero que nunca he tenido el valor suficiente para atravesar.
Mi papá sin embargo tiene otra opinión de los apagones.
―Cariño, no puede ser que la corten otra vez, ¿Es que no queda nadie trabajando?― Dice cuando las luces nos dejan en la más completa oscuridad.
―No pasa nada papá―Le digo.
―¿Que no pasa? Claro que pasa cariño no veo nada, no hay luces en la calle, no hay luces aquí dentro, no nos quedan velas desde hace meses...―Me dice preocupado― Cielo si alguna vez nos quedásemos para siempre a oscuras, creo que me moriría―
―Tranquilo papá te entiendo― Le digo de corazón.
No tuve más remedio que enseñarle mi pequeño truco. Le expliqué que del sofá del comedor hasta la cocina habían veintiun pasos, que si quería ir al lavabo debía caminar dieciséis pasos más desde la mesa de la cocina sin despegarse de la pared, también tuve que explicarle que desde el mueble del hall tenía que contar treinta pasos hasta la escalera principal.
Esto le ayudó mucho cuando se quedaba en penumbras, a veces se equivocaba, no se la da tan bien como a mí puesto que no tiene mi práctica. Cuando se desorientaba me pedía que le silbase desde la distancia. Yo entonaba una canción de cuna que me enseñó mi mamá cuando era pequeña. Al encontrarme abría lentamente la puerta de mi habitación y yo dejaba de silbar. Porque ya no había nada dulce en eso. No le hacía falta contar el número de pasos para llegar hasta mi cama, supongo que le bastaría mi olor. Se colaba bajo mis sábanas y me susurraba al oído:
―Papá está muy solo, y en esta casa hace mucho frío― Me decía mientras me acariciaba.
Yo volvía a pensar en mi madre, pero a veces no funcionaba.
―Mamá abandonó a papá y ahora cariño tú tienes que cuidarle, ¿Verdad que lo harás?― Continuaba susurrando mientras me amasaba los pechos.
En esos momentos se me escapaban unas lágrimas, pero no porque mi papá me estuviera violando sino porque me estaba mintiendo.

Cuando ya se había aliviado volvía a tientas hasta su habitación que era la de al lado de la mía. A los cinco minutos sus ronquidos se colaban sonoramente a través de la fina pared de ladrillo hasta mis oídos. Yo me pasaba toda la noche en vela.
Ya llevamos así mucho tiempo, un año. Ahora mi papá no va a trabajar casi nunca y en general las cosas sólo van a peor. Hace unas semanas escuchamos por la radio, antes de que dejara de emitir, que mucha gente había muerto de frío y hambre, después el locutor se pasó una hora rezando. Lo curioso es que continuamos escuchándole hasta que terminó. Hoy mi papá está especialmente preocupado, le ha llegado el rumor de que no van a volver a restablecer la luz. Una amigo de un amigo de un amigo le ha dicho que la subestación de nuestro barrio está totalmente congelada y que no puede arreglarse. Me parece que éste es el momento propicio.
Subo las escaleras con cuidado y me enfrento a la puerta. Tiene el tacto rugoso, perfilo las líneas del dibujo en la madera con mis yemas hasta llegar al pomo helado, entro y aspiro fuerte. Hay algo en la habitación de mis padres que me recuerda a mi mamá, algo que huele a ella, que me abraza y me rodea, me asegura que estoy haciendo lo correcto. Así que empiezo.
―Papá, Papá― Le grito desde arriba. Y empiezo a silbar con suavidad esperando que entienda el mensaje.
Escucho sus pasos renqueantes subiendo la escalera, ésta cruje delatándole hasta que se queda en silencio. Ahora debe estar a tan sólo unos segundos. Escucho girar el pomo de la puerta que se doblega permitiéndole el paso. Huelo su lujuria y escucho la sangre bombeándole en el pene, en su sucia polla que quiere restregar contra mí. Sus brazos viscosos rodean mi cintura y se detienen en mi culo apretándolo.
―Cariñito ¿Tienes ganas de jugar con papá?― Me dice proyectándome su aliento fétido en la cara.
―No papá, esto no es ningún juego― Le digo mientras le clavo un cuchillo de cocina en la pierna.
Mi padre cae al suelo herido y grita de dolor como un cochino. Como un cerdo.
―¿Qué has hecho puta, te has vuelto loca?― Me grita golpeando el aire para intentar alcanzarme.
―Esto es por lo que le hiciste a mamá― Le digo, moviéndome para que no pueda encontrarme.
Oigo cómo se desplaza cojeando hasta donde sintió mi voz y oigo también como sus puños atraviesan el aire sin dar en su objetivo.
―Cariño, tu mamá nos abandonó cuando tenías diez años,nos dejó en la estacada y se largó de casa ¿Por qué tratas así a tu papaíto?―Me dice ahora con voz melosa.
―¡Mientes!Tú mataste a mamá, la asfixiaste contra la pared, lo escuché todo― Le digo cuando ya estoy saliendo lentamente de la habitación.
Comienzo a andar en dirección a la puerta principal, bajo las escaleras como un gato en medio de la noche y continuo avanzando con sigilo. Cuando estoy a punto de salir de aquella casa escucho los pasos irregulares de mi papá, es un zombi errante vagando por la planta superior.

― ¡Tu madre era una zorra, las dos sois igual de estrechas!― Me grita a la distancia.―¡Cuando te encuentre te asfixiaré a ti también!―
Pero papá no sabe que eso es improbable. Puede que imposible. Antes de marchar me he asegurado de mover el sofá del comedor, de desplazar la mesa de la cocina, cuando busque la figura de mármol sólo encontrará una baldosa vacía. Ahora mi papá es un ciego cojo en una casa enorme. Una casa sin referencias, un laberinto negro.
Cierro la puerta sigilosamente y salgo a la calle. El frío me corta las mejillas y me espabila la cabeza. Parece que ahora ya puedo recordar ¿ Qué estaba haciendo el día que se apagó el sol? Ese día estaba jugando en mi habitación y escuché discutir a mis padres. Ese día los dedos de mi papá se aferraron a la garganta de una persona segando su vida. Ese día la sonrisa de mi mamá se apagó para siempre.

Joan Tort


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